Hunters in the snow, winter (detalle), 1565, de Pieter Bruegel el Viejo
¿Por qué se abrazan? ¿Por qué sonríen? Hay tantos motivos para sentir culpa por perpetrar estas expresiones de contento. Pero en mi lugar la culpa no es la gran reguladora de los intercambios sociales. Y no es raro que, ante la dureza de las circunstancias, siga habiendo un rincón interno capaz de disfrutar y de exteriorizar el disfrute.
Si nos pretendemos en el ápice de la conciencia y el altruismo, nos indignamos ante cualquier manifestación de alegría mientras haya sufrimiento. Si nos entendemos como seres en la base de una montaña de desafíos, pugnando por la supervivencia y con una pronunciada miopía que nos dificulta considerar el entorno, entonces todo es lucro: cada gesto de cariño, donación de tiempo, actitud amable… merecen un festejo porque no los dábamos por obvios, más bien todo lo contrario.
¿Seré pesimista en relación con la condición humana? Más bien diría que trato de no esperar nada: si no hay expectativas, nada me decepciona. No hay reproches para distribuir, y eso no solo alivia un lastre interno sino que permite a las otras personas moverse en sentidos insospechados, sorprendentes. Así podemos llegar a conocer zonas de indefinición, incertidumbres, incoherencias que son suyas pero también nuestras.
Me alegro. Y cuando estoy en el colmo de mi alegría doy por sentado que es pasajera, le saco algunas fichas a ese estado, quién sabe cuándo vuelva… y eso me alegra más todavía.
Comments