Pudicizia, de Antonio Corradini
En un pliegue entre dos días sucedieron las cosas que cualquier día no pueden pasar. Fui al aeropuerto pero no pude embarcar, lo que tarde o temprano sucede cuando se viaja entre seis y diez veces al año. Lo pienso de esa forma para no desesperarme cuando hay cambio de planes aéreos, sin importar de quién fue el error. Distribuir culpas jamás me ha ayudado a sobrellevar el desconcierto. Si logro saltear ese hábito hay chances de que evitar el rencor auto dirigido o lanzado hacia la compañía aérea, lo cual nunca sirve para acelerar los engranajes de la resolución.
Se viaja al día siguiente. No es tan grave, salvo que de pronto hay dieciocho horas vacías, o ese mismo lapso de tiempo para volver a la cotidianidad como si nada. Decido tomar los dos extremos y hacer un pliegue: tomo este punto aún en el aeropuerto y el otro que será el momento de zarpar dentro de dieciocho horas. Lo que suceda en este pliegue es un robo, una ganancia, una dádiva, un secreto. Tendrá consecuencias, se tomarán decisiones, pero de alguna manera son dieciocho horas gratuitas, en las que hay permisos inusitados.
¿Qué dejarías en un pliegue para que no rebase al resto de la existencia?
¿Con quién deberías que consultar todo lo que hacés?
¿A quién te da ganas de avisarle de un cambio de planes?
¿Cómo desplegarías un momento robado?
Es una dádiva, una ganancia. Se abre el maravilloso espacio atemporal que rompe las rutinas, o mejor expresado, las vuelve hermosas. Un café, un almuerzo en un lugar especial, horas de plácida lectura, un encuentro con el desencuentro y por sobre todo la posibilidad del silencio, que mas...