El sonido transcurre en el tiempo, la música comienza y termina, y por eso la comunión grupal es tanto más profunda cuando nos juntamos a escuchar que cuando nos juntamos a ver una pintura. La obra visual está ahí, aburriéndose mientras la evaluamos. Cada quien llega a apreciarla en un orden y en una velocidad que son únicos. La música se lanza como un caballo al galope y precisamos correr a su lado para subirnos al movimiento. Hay caballos de dócil montura y otros a los que acompañamos en carrera permanente, y existe la posibilidad de que termine la música ―la lectura de un poema, el discurso, el recitado…― sin que hayamos hecho pie en ningún momento.
En esta época de acceso casi total al registro audiovisual, nuestra capacidad de retención de los datos orales está falta de ejercicio. Pero hay que abrir las orejas para escuchar el oráculo. Como su nombre lo indica, el oráculo es oral. No se lee. No se ve. Se escucha. Te lo dijo y se acabó, dejando un montón de dudas, porque cómo confirmar que realmente dijo eso, aquello indecible (“inoíble”) de tan distante. ¿Se habrá confundido?
No te extrañes de que al intentar reconfirmar no encuentres a nadie capaz de darte una certeza. El oráculo fue pronunciado y ya vibró en el mundo, cambiándolo; por lo tanto, volver a preguntar implica disponerse a recibir otra respuesta, tan descabellada como la anterior, pero con el agravante de que pone aún más en duda lo que habías escuchado la primera vez.
Por eso la brevedad es tan característica de esos mensajes cifrados. Tenés que poder rumiar esas palabras una y otra vez en el pensamiento, hacer que se vacíen de significado primero, con la vaga esperanza de que en algún momento se carguen de sentido (pero no esperes con demasiada intención, apenas de soslayo).
Un buen día te ponés a ver Matrix por enésima vez. La pitonisa pronuncia las palabras que Neo precisa escuchar, aunque sean opuestas a la realidad futura que, asumimos, un oráculo debería describir. ¿Y si Neo se desalentara y renunciara a su misión por acción de ese oráculo que parece disuadirlo de emprender la misión que lo espera? Es una posibilidad. Por un momento parece que así va a ser. Pero es entonces cuando la simplicidad arremete, el imperio de la certeza se erige por una vía distinta, no intelectual: hacé lo que quieras. Es cuando la elegancia se ejerce para sí y no para la otra persona, cuando la resistencia se hace carne en los actos cotidianos más allá de concurrir a los lugares en que se espera tanto encontrarla como reprimirla.
Listo. Comé una galletita que después todo va a estar mejor.
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