Sobrevolando la ciudad, de Tullio Crali
No hay tiempo que perder. Aceleremos el mensaje. Ahora se puede
Lo que se gana eclipsa lo que se pierde. Desde una ética resultadista, está bien porque sirve, ahorra tiempo. ¿Podríamos discutir lo indudable de esa ventaja? Tema para otro escrito.
Se dirá que se puede elegir, que la configuración de velocidad a la cual un mensaje de voz se escucha puede modificarse voluntariamente, que no hay por qué adoptar algo que no viene impuesto, si no nos gusta… sólo que hay una trampa. (Más allá de la madre de las trampas, que es creer en la autonomía de nuestras elecciones cuando la almohada que nos cubre nos permite ver y escuchar tan poco de lo que está más allá; la madre de las trampas se revela cuando nos descubrimos siendo nosotres mismxs el factor de apuro, preguntándonos con extrañeza “¿por que no escucha los audios a doble velocidad?”).
La trampa, casi inocente, es que una vez que modificaste la velocidad, el siguiente mensaje que escuches quedará seteado por default en ese nuevo ritmo. Aceleraste el mensaje en el que tu hermanx te explicaba cómo hacer los medallones de garbanzos. Pero a continuación te llegó un mensaje de alguien que te contaba una historia, alguien que vivió una experiencia y quiso tu parecer, o que te te reclamaba una actitud. Claro que estás a tiempo de frenar, retroceder, volver a escuchar a la velocidad normal, dar tiempo a que las emociones broten y fermenten. Pero en medio de tu rutina casi que es mejor dejarlo así, tampoco te sobra el tiempo.
Algo se pierde, algo se gana. Pensando sobre esto me asaltó un insidioso dejavú: cuántas cosas “ganamos” últimamente que nos hicieron “perder” algo del orden de lo sutil, de lo intangible, pero tan indispensable para la vida como que exista un desierto en algún lugar.
¿Huelga de aceleración? no sé si es eso. ¿Más bien un uso consciente, suponiendo que tal cosa sea posible? Tal vez apenas la posibilidad de velar a nuestro más reciente difunto: el mensaje de voz a velocidad 1x.
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