Foto del archivo de la NASA: planeta orbitando dos estrellas
No es mío. No es tuyo tampoco. Llegar a decir "mi", de algo o de alguien, demanda una serie de operaciones materiales, emocionales, deducciones lógicas que ponen límites a los vínculos, a las personas y a las cosas.
Pero si me pongo a saborear ese caramelo ácido que es el alejamiento de toda lógica incuestionable, si practico el ejercicio de la amnesia, veo fácilmente que un sobrino no puede ser más mío que de quien se le acerque con cierta regularidad, lo espere a la salida del colegio y se apreste a jugar o a compartir el aburrimiento.
Lo que define que un objeto siga siendo mío después de adquirirlo es la proximidad y el uso. Alguien puede apropiarse de "mi" objeto y entonces yo pierdo un elemento que integraba mi órbita. También hay cosas y personas que gravitan en mi órbita sin que yo haga nada para adquirirlas o magnetizarlas. En ese caso, ¿son mías o soy suya?
Estas redes intangibles que nos vinculan a los existentes están hechas principalmente de convenciones. En el momento en que empezamos a dudar de ellas, el tejido de sobrentendidos se desarma y ya no entendemos más qué originó estos lazos, cómo se volvieron tan potentes; pero en simultáneo con la desorientación recibimos un regalo explosivo: unas agujas de tejer. Podemos simplemente ponernos a urdir la próxima prenda con ellas, pero también, entre otros usos, clavarlas en la maceta y que sirvan de guía a una planta de habichuelas.
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