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Mil horas





Turnarse en el cercenamiento de las libertades parece ser la actividad inexorable de todo parentesco, sanguíneo o constituido por alianza. En mi lugar conjuramos ese destino al festejar cada gesto centrífugo, que tienda a alejar del centro. Las personas que emprenden un éxodo son aplaudidas y envueltas en una lluvia de manifestaciones de cariño. También quienes cambian de idea ante lo inesperado que se encuentra en el pliegue de cada momento.

 

“Mala educación” puede ser una forma de definir lo que se siente vergonzoso o agresivo en una sociedad dada. En mi lugar preferimos denominarla “deseducación”, tomando esa falta como una ausencia más que como un error. En ese sentido, se considera deseducada la persona que exhibe su disgusto ante las elecciones centrífugas de sus parientes o amistades.

 

Lo centrífugo da cuenta de una circularidad que va gradualmente tomando distancia y expandiéndose hacia fuera, a diferencia de salir a la disparada, lo que en general denota el hartazgo resultante de la acumulación de lo indeseable. Puede pasar, pero es muy raro.

 

No se pretende que quienes tengan más experiencia hagan todo el trabajo de corregir. Hay mucha más autoeducación que bajada de línea. Y las reglas no están escritas. Pero desde temprano nos acostumbraron a las despedidas festivas, a las sonrisas de aprobación cuando nos prodigamos. Eso educa más que mil horas de estudio.

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