Archipiélago, de Nicolás Rupcich
Al hablar, fusionamos la mayoría de las palabras que en la escritura separamos. La oralidad junta las sílabas-islas de diferentes palabras-continentes.
Escribimos "moverse en espiral", leemos en voz alta "moversenespiral". Si aprendimos a leer pensamos en islas y archipiélagos, si no...
Cuando conocí la filosofía práctica que hoy enseño, aprendí que en el alfabeto del sánscrito existen dos signos fonéticos distintos para producir el sonido de la "i": uno se usa cuando aparece al final de una frase, o antes de una palabra que empieza con una consonante. Cuando, a continuación de ese sonido, viene otra letra o incluso una palabra comenzada con sonido vocálico, el signo fonético empleado es otro. Voy a dar un ejemplo trasladando esto a nuestra lengua: si escribiéramos "así como", usaríamos la "í". Si escribiéramos "así es", escribiríamos "asy es". Algo así.
Empecé a pronunciar para adentro "así como" y " así es". Cuando las palabras perdieron su significado y se transformaron en pura materia sonora, entendí perfectamente la lógica de usar dos signos distintos: el staccato versus la fluidez, un charco o una ola.
Lo más sorprendente es que no hay gran diferencia en la pronunciación si escribimos de una forma o de otra, es más bien el pensamiento que lleva a otros lugares, un pensamiento más oral que escrito. Toda distribución de signos recorta: cómo y dónde es lo que está por verse en esa primera decisión; y después, en el uso, a qué regiones nos permite volver.
Commenti