George Maciunas, Dick Higgins, Wolf Vostell, Benjamin Patterson,
Emmett Williams Philip Corner Piano Weisbaden 1962
Inauguración del juego: se abre la partida, hay quienes temen por sus posesiones o por su orgullo, quienes se lo toman como un desafío y algunas que no se lo creen. Estoy entre estas últimas, que se mueven con pies de plomo al ser convocadas.
Nunca quiero jugar, siempre prefiero “hacer cosas”. ¿Cuál es la diferencia? La primera explicación que me habla (no la pronuncio, ella me dice a mí) es que de hacer cosas surgen cosas, mientras que del juego no surge nada. Enseguida la descarto, porque advierto que no todo hacer es creador y que todo juego puede serlo. De hecho, si relaciono la creación con el cambio de estado, cualquier actividad nos deja en otra parada, nos mueve de donde estábamos. ¿Qué es lo que me desmotiva del juego entonces?
Tal vez sea esa predisposición circular del juego, juguemos por jugar, sin esperar nada a cambio. ¡Pero si esto es maravilloso! La ausencia de expectativas. El juego puede buscar objetivos –mejorar la salud, ganar dinero, perder peso…– pero yo hablo de esa otra modalidad más saltarina en la que el tiempo se puede derrochar sin preocupaciones.
Pero no me sale. Por eso trato de “jugar mientras”. No es perfecto, es un paso previo y muy distante de esa entrega gozosa sin especulación, porque jugar-mientras-hago es lo opuesto de un recreo, que consiste en una interrupción. Esto es más bien una amalgama. Y, tal como en la preparación de una torta, queda bien cuando los ingredientes se funden y se transforman en algo distinto a lo que eran por separado.
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