Alicia pasando a través del espejo, de John Tenniel
Luego de despertarme y ducharme, me siento con las piernas cruzadas, vuelvo a cerrar los ojos y me quedo en silencio, por mucho tiempo.
Mi primera ración del día se compone de peras, castañas, rúcula, limón, pimienta y banana. No tiene sal ni aceite. Se consume alrededor de las tres de la tarde, horario no convencionalmente agraciado con la presencia de una de las comidas importantes.
No necesito una multitud embotada alrededor para hacer juegos corporales o bailar. No preciso embotarme para hacer lo que me venga en gana. Tampoco preciso hacer todo lo que me venga en gana.
Puedo decir que nunca duermo la siesta y desdecirme en el acto porque hoy la lluvia me tentó.
Doy por sentado que gran parte de mi vida transcurrirá en las inmediaciones del espejo, no a través de él. Alrededor del espejo, frente a frente, a los lados, más lejos o más cerca, a sus espaldas también... Pero tal como Alicia que atravesó el espejo soñando (o participando del sueño del rey Rojo), hubo y habrá cesuras en la continuidad de mis rutinas y, con un poco de suerte, puede que al retornar del atravesamiento un souvenir me acompañe.
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