Sello de la civilización del Valle del Indo
Cuando compilé los textos que dan cuerpo a este libro no existía ningún plan más que reunir esos contenidos, darles un cierto orden y publicarlos. Una vez que el orden estuvo listo decidí no poner nombre a los capítulos, pero sí separarlos a través de un signo de la escritura del Valle del Indo, sociedad de rasgos matriarcales que floreció más de cinco mil años atrás en una vasta zona que anteriormente fue India y hoy pertenece a Pakistán. Este artículo es una develación del nombre interno de esos capítulos, aunque no del orden, que dejaré en manos de quienes se encuentren cara a cara con el libro.
En los textos sobre mi lugar se puede encontrar la orientación, es hacia donde quiero ir. En las incomodidades, el germen que inicia un cambio. En la sección de herramientas están los descubrimientos que se dan en el camino entre una cosa y la otra. En el capítulo que llamé para mis adentros “el estado de las cosas” hablo de problemas que posiblemente tengan inicio y fin en la historia, que son preocupaciones del momento y que en unos años tendrán pinta de pasado. Y al inicio hay un marco general, que es la propuesta matriarcal. Todo el libro resulta de la fricción entre la particular organización social, política, económica que se encuentra hasta hoy en sociedades llamadas matriarcales y mi mundo circundante.
En ese mundo hay trazas de comportamientos mixtos, porque tuve la suerte de encontrar un grupo cultural en que se busca activamente rescatar esa otra manera de ser y estar, pero al mismo tiempo, las personas que lo integramos hemos nacido en este contexto y hemos recibido una educación acorde con los valores imperantes en el universo de las relaciones monogámicas, de la centralización del poder, de la democracia y la dictadura, de la atomización máxima de los individuos y muchas otras características si no opuestas, completamente ajenas al racimo de comportamientos matriarcales. Y acá vale hacer una salvedad: cuando digo “hemos recibido una educación” me refiero a todo lo que nos atrae desde que nacemos: los juegos, las películas, los cuentos, las publicidades… o sea: algo que va mucho más allá de tal o cual decisión educativa de nuestros bienintencionados progenitores.
No hay escapatoria al moldeo inicial de nuestros pensamientos, emociones, cuerpos y a todos los entrecruzamientos posibles entre esos y otros campos que el lenguaje delimita tan claramente pero que son más vagos que una frontera política en el desierto. Sin embargo, la experimentación puede inclinar nuestro comportamiento, como le sucede a toda planta hogareña cuya maceta cambia de posición: la fuente lumínica sigue en el mismo sitio, pero la nueva ubicación demanda una maniobra de crecimiento del tallo en otro sentido, aunque las raíces continúen en la misma tierra. En un camino hacia lo matriarcal somos la mano que mueve la maceta y el tallo que quiere adaptarse a una nueva posición relativa del sol.
Me gustó lo de cambiar la maceta de lugar, y la mano que mueve la tierra…