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Dar a luz sin tener hijes


Birth project, de Judy Chicago

A los doce leí a Isadora Duncan y por primera vez pensé en no tener hijes. Continuar un linaje no debe ser algo que se dé por sentado. Encuentro sumamente engañosa la apariencia de facilidad que brinda seguir con lo que viene haciéndose desde hace siglos, establecer familias consanguíneas. Tener hijes debe ser la empresa más difícil del mundo, y en el presente más difícil aún.


Quienes son optimistas dicen que en el pasado las personas tenían muchos vástagos y pocos sobrevivían. Es cierto, pero la comunidad estaba ahí para ser parte de la crianza. Hoy en día las puertas del hogar se cerraron a quienes no son consanguíneos, más aún en tiempos de covid. Las parejas hacen malabares para trabajar, nutrir, educar… Nunca tanto como hoy la familia nuclear es una isla.


A veces vamos de paseo a la isla, una horas, con suerte pasamos la noche, pero hasta ahí. No es nuestro fardo, y lógicamente nuestra rutina prefilial no soporta una cría. Por otro lado, pesa la mirada juzgadora sobre quienes abandonan a sus retoños un fin de semana entero con la tía, el primo, el amigue de la familia, y van a divertirse por ahí. Ni siquiera hace falta esa mirada condenatoria ajena, con la propia ya es suficiente.


El reloj avanza y me preguntan si nunca voy a tener familia. Es tan fácil pararme internamente en un lugar de soberbia y explicar que mi familia está hecha de personas que no necesariamente comparten mi sangre o que se adosaron a mi isla. Pero entiendo que se refieren a otra cosa: se preguntan si mi linea sucesoria termina acá.


Dar a luz no implica necesariamente tener hijes, se puede alumbrar sin procrear. Se puede, por ejemplo, dejar una herencia abierta en la web, cientos de millones de bits reunidos al propio antojo en palabras e imágenes, y dejar que las personas se apropien del legado a vontade, en vez de seleccionar herederxs.


Donna Haraway propone adoptar ancianes además de niñes. Hago el esfuerzo de imaginar los altos grados de burocracia que esa idea genial implicaría en nuestro sistema vigente. Borro todo en mi cabeza y empiezo al revés: ¿qué sistema permitiría la anexión de personas de cualquier edad, no necesariamente consanguíneas, a nuestra isla?¿será que la metáfora de la isla queda corta, y hay que pensar en barcos, en canoas y en nado a mar abierto? Mi mente práctica se pregunta qué necesito para construir todo eso: mucho músculo. Tanto o más que para tener hijes.

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