Fotograma de la película "Persona", de Ingmar Bergman
Elegí a esas personas porque gozaban más que las otras. Sin duda más que yo. Ante el mismo estímulo su gozo llenaba el aire con sonidos y movimientos, era imposible no envidiarles. Me habría encantado sentir todo eso, toneladas de placer ante un detonante nada pretencioso, casi anodino.
Me costó llegar a respetar esa cualidad sensible, siempre dispuesta a interrumpir la concentración de un momento aparentemente serio con una risa u otra expresión de disfrute. Me costó sobre todo creer que se pueden afinar de tal forma los sentidos y gozar tanto con tan poco (poco para unos sentidos fuera de estado).
Entonces decidí poner manos a la obra. Y en ese comienzo había mucho de “tratar de sentir”, un esfuerzo de imaginación donde no había espontaneidad alguna. Pero no voy a negar que sirvió. Imitar un suspiro, cuando no me movía a sentirme una farsante, iba vivificando unos tonos apagados de sensación ahí en el fondo. Abrir la boca y dejar salir un sonido, causado artificialmente primero, producía algunos movimientos internos, que tendían a exteriorizarse alimentando el circuito. El suspiro pasaba de ser causa a ser consecuencia.
Si alguna vez intentaste hacer fuego con dos palitos, seguro viste todo lo que tarda en prender. Durante un buen tiempo tenés que estar repitiendo los mismos movimientos, aparentemente vacíos de resultado, haciendo girar a un lado y al otro el palito, recorriéndolo desde el extremo superior hacia el inferior. Las personas a tu alrededor y vos incluso estarán preguntándose si finalmente esa mímica improbable encenderá la llama. A veces funciona.