¿Qué va a quedar de esta cuarentena? Más que no poder volver a la normalidad, me aterraría una vuelta intrascendente a la inercia particular de nuestro mundo. Entonces quiero listar lo que estoy aprendiendo, quiero decirme que nunca nada puede ser igual que antes.
Va el listado:
Los espacios físicos tienen una personalidad, que puede cambiar tanto como una persona puede hacerlo. Más allá de la transformación de las cosas, el cambio de lugar de los objetos, la organización o lo contrario, los lugares registran lo que sucedió en ellos en su memoria (o nosotres lo imprimimos en la nuestra, que viene a ser lo mismo en este caso). Es posible reconfigurar esas conexiones, sólo hace falta generar nuevas experiencias para poblar la memoria material de un sitio.
Cuando construyo escenarios hipotéticos tengo que estar de excelente humor, en un día radiante. Así puedo imaginar el panorama más pesimista con grandes chances de encontrar soluciones. Si mis construcciones toman formas erráticas y se parecen más a devaneos que a pensamiento estratégico, es señal de que cualquier otra tarea va a ser más jugosa.
La convivencia es una danza. Se pueden aprender algunos pasos, pero también hay margen para la improvisación.
Mucha creatividad puede desplegarse en los instersticios de las conexiones virtuales. Mucho amor puede darse y recibirse aún sin ningún contacto físico. Preparémonos para desarrollar nuestros otros sentidos al mango, como quienes pierden el uso de la vista o del habla.
Administrar la dosis de contacto virtual no es fácil. La comunicación online produce un tipo especial de cansancio, que no se va con las horas de sueño. Parar de pensar es el agua perfecta para hidratarse en las largas jornadas virtuales, y no precisamos esperar a tener sed.