El poder de esa mirada, de Renata Schussheim
Lamento em ti não as tuas penas, mas as tuas lamentações.
DeRose
La incondenable tradición del lamento. No hay manera amable de corregir al lamentoso: encima de que ya tiene sus penas, vos venís a sumar tu granito de arena a su infelicidad. Pero si tu rol es enseñar, o sea, te dedicás a corregir a tus aprendices, necesitás hacer esas intervenciones agrias.
La próxima vez que me queje de algo, voy a intentar escuchar con atención la réplica del que me señala como quejosa, y voy a hacer un esfuerzo máximo para cambiar de canal en el momento, reconociendo el doble trabajo que tiene mi interlocutor de apuntar el error y de exponerse a la posibilidad de generar nuevos (injustificados) lamentos.
Llorando se obtienen algunas cosas. Algunes niñes se acostumbran a ese juego de poder, y es desesperante caer en su trampa. Cuando arrugan la cara con dramatismo en un amague de llanto no podés escapar al hechizo, tenés que darles el celular o el helado ya mismo. Funciona.
Y vos, ¿nunca hacés lo mismo? Te escandaliza la treta vil que te envuelve en el capricho de otro, ¿pero qué pasa cuando vos llorás? Ojo que se puede llorar sin lágrimas, sin arrugas en la cara, se puede llorar apenas con palabras y miradas punzantes, en busca de satisfacer los caprichos adultos, que nos gusta mucho más llamar deseos.
Podrías llorar en soledad, a moco tendido, llorar con o sin lágrimas, llorar con el pensamiento. Si sentís que es un alivio, valió la pena. Si te sentís un poco ridícule llorando sole, es que tu lamento no era más que el medio para conseguir un fin.