Es impresionante cómo logramos construir cosas. Desde la torre de Babel vivimos condenados a no entendernos, pero aun así llegamos a un acuerdo, o al menos conseguimos los salvoconductos necesarios para movernos de un lugar a otro. Pese al omnipresente impulso destructivo, pequeños mundos evolucionan, comunidades e individuos aislados, en el más puro sentido de la palabra: se desenrollan, se despliegan. O simplemente pasan de lo simple a lo complejo.
Evolucionar viene de volver. Volver pero hacia afuera. Me hace pensar en un resorte liberándose de la presión, una extensión más allá de sí mismo o de un supuesto límite. Sobre la marcha, en algún punto del proceso, el riesgo se descontrola. Pero la plataforma de lanzamiento precisa ser firme; si fuera arena movediza ¿cómo podríamos dar un salto?
Cuando las incomodidades surgen en la trayectoria, siempre se puede volver un pasito, donde todo era suelo firme (la lección nuevamente está contenida en la etimología de la palabra). Lo que complica, es el orgullo. Y haber inflado el globo en lugar de dejar que se infle solo.